viernes, agosto 26, 2011

DOS DEDITOS… DE ESPUMA


"Hace tiempo que te debo una comida de coño”, y me lo dijo así, de sopetón, tomándome por la cintura mientras yo, como niña con zapatos nuevos, me servía del barril un par de dedos de espumosa cerveza. Me gusta así: un dedito de cerveza y dos de espuma (ya sé, ya sé que no es nada ortodoxo). No le di más importancia, mi buen amigo X, haciéndome  reír de nuevo con esas bromas tan salvajes y tan típicamente suyas, pero sí le di un azote en el trasero, que sobre su bañador mojado sonó medio raro y por lo que fui detrás de él por todo el jardín para buscar la sonoridad adecuada. Por el camino aparecieron otros amigos, hablamos de otras cosas, y yo, inconstante, me olvidé del azote. De vuelta junto al barril, ¡Ay el barril de cerveza!, me encontré con los hijos de unos amigos, y me puse a jugar con ellos al pilla-pilla. Me ganaron, claro, y además me hicieron recordar de nuevo los dos deditos de espuma. A esas alturas de la tarde, casi anochecido, tanta espuma había hecho mella en mi equilibrio, y un cierto nivel de tontería laxa, se había instalado en mi cuerpo. Me senté en el porche a descansar un rato, y me enfrasqué en una interesante conversación sobre la conexión entre el calor y la pintura impresionista; los efectos del calor sobre los maquillajes no merecen gastar saliva.


Y la tarde siguió su curso en medio del calor, un calor infernal. Corrieron mojitos  y baños de agua, risas, abrazos y más cerveza… Si algo he aprendido del alcohol, es que no le gustan las mezclas. Para eso sí soy fiel.

Volví, de nuevo, a escuchar la misma frase desde atrás, susurrada contra mi oreja. Había en su voz un no sé qué, que me hizo girarme y enfrentar sus ojos. Quizá tuviese razón. Buscamos un lugar apartado y discreto, por lo de tanto niño suelto. Yo me iba partiendo de la risa, por lo gracioso de la situación, y por las cervezas, a qué negarlo. Después de tantos años de conocernos, de bromear sobre el tema, no habíamos llegado más allá de algún mordisco, un azote o un lametón en el cuello.

Supongo que la deuda contraída tanto tiempo atrás, estimuló algún resorte entre mi coño y su boca. Me bajó el biquini hasta los pies, y allí, en el baño familiar de nuestro anfitrión, me perpetró la comida de coño más alucinante que recuerdo. Y tengo buena memoria. Salvaje y tierno, tomándose su tiempo. Entre risas incontenibles, me llevó a  un orgasmo lento, desbordante y pleno.

Luego, sentados en la biblioteca, con una sonrisa beatífica pintada en esos mismos labios que acababan de derretirme, me confesó su secreto: se había enamorado de una chica que vive en el sur. Inconcebible para él, emocionante y esperanzador. Hablamos durante mucho rato, compartimos sentimientos, esperanzas,  sensaciones, y anhelos.

De aquel modo tan extraño, tan poco habitual, sellamos una amistad inquebrantable.


4 comentarios:

  1. Gracias, cariño.
    Autentico erotismo literario, un relato maravilloso, pero tú te estas enterneciendo. ¡Uy!, eso es bueno, ya lo iremos viendo en tu progresiva evolución.
    Un saludin, Héctor.

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  2. El calor, la cervecita y el placer de lo imprevisto en una escena cotidiana, tu relato me ha sentado igual que una cañita de cerveza recién tirada en medio de la calorina.
    Tienes una invitación en mi blog, chérie... sé que lo mejorarás.

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  3. Gracias a ambos. Sois un encanto.

    Demonella: me pones en un aprieto... a ver como salgo yo de ésta. Jaja. Un besazo

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  4. ¿La comida de coño mas alucinante que recuerdas? Que honor, me lo apunto en el curriculum, y solo por el piropo te has ganado otra.
    Mil besos Princesa, Xpk

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