Inmovilizado sobre la alfombra, mientras ella apretaba nudos entorno a mi sexo, traté de explorar el abismo negro que vislumbraba entre sus piernas. Conseguí
retirarle el tanga con un dedo, y aupé mi boca hasta allí, que en lugar de la húmeda y cálida cueva que esperaba, encontró un sexo flácido, como si me mirase a un espejo. Quise gritar, liberarme, salir
corriendo, pero mi atador no cejó en su empeño de inmovilizarme.
Lo peor es que no sé
cómo voy a explicarle a mi mujer esas curiosas marcas en mi piel.
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