¡Vamos, si es solo un juego! !Déjate
atar los pies!
Las cuerdas rodearon mis tobillos, anudaron mis
piernas, enlazaron, gemelos, mis dos pies. Mis neuronas,
enloquecidas, bailaron al ritmo de esas manos que me recorrían. Me
dejé hacer. Inmovilizado sobre la alfombra,
mientras ella dibujaba arabescos y apretaba nudos entorno a mi sexo,
traté de explorar con mis manos el abismo negro que vislumbraba
entre sus piernas. Con la boca conseguí retirarle el tanga, y en
lugar de un sexo húmedo y hambriento sólo encontré una polla aún
más grande que la mía. Quise gritar, salir corriendo, pero mi
atador no cejó en su empeño de inmovilizarme.
Ahora no sé cómo voy a explicarle a
mi mujer esas curiosas marcas en mi cuerpo.
Besos, Amelie
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